Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1871-1872 (Cortes de 1871 a 1872)
Sesión: 21 de abril de 1871
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Figueras, al Sr. Marqués de albaida
Número y páginas del Diario de Sesiones 13, 243, 244 a 250
Tema: Acta de Balaguer

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Sres. Diputados, se necesita toda la calma y toda la prudencia, y más calma y más prudencia de la que se puede exigir de los hombres, y sobre todo de los que tienen a su cargo la gobernación del Estado, para ver la conducta y para oír lo que los señores que han tomado parte en la discusión se han permitido decir hoy, demostrando que no tienen otra bandera ni llevan otra mira que la bandera y la mira del escándalo; que el escándalo es el camino que hace tiempo habéis adoptado para llegar aun punto a donde no llegaríais con la felicidad que queréis.

El Gobierno ha oído con impasibilidad las últimas palabras del Sr. Marqués de albaida; y aunque el señor Marqués tiene cosas, como suele decirse, y de los mayores absurdos y de los disparates más grandes se dice siempre disparates del Sr. Marqués de Allbaida, hay cosas que aunque sean disparates del Sr. Marqués de Albaida no se pueden permitir.

Las últimas palabras del discurso de S.S. no pueden permitirse en un Parlamento, a no ser que sean tomadas como de un loco o de un faccioso. (Murmullos.) Los que murmuran no han oído sin duda las últimas palabras del Sr. Marqués de Albaida; el Sr. Marqués de Albaida ha dicho aquí: " Todo lo que ha hecho la revolución ha sido nada más que quítate tú para ponerme yo (en ese lenguaje particular de S. S.) y coronar un muñeco extranjero."

De lo demás que ha dicho el Sr. Marqués de Albaida no me hago cargo, no debo hacerme cargo; lo tomo como cosas del Sr. Marqués de Albaida. Pero el Sr. Castelar, del cual no se puede decir como del Sr. Marqués de albaida seguramente, cosas del Sr. Castelar; el señor Castelar se ha permitido también tomar un camino por donde no debería ir S. S.; pues ya que S. S. me ha recordado la emigración; ya que S. S. me ha dicho si había republicanos en la emigración; ya que S. S. ha dicho aquí con gran serenidad que si S. S. no fue a la revolución consistió, no en que dudaba de la revolución, sino en que dudaba de mí y de mis correligionarios, bueno será que sepa el Sr. Castelar cómo pensaban los republicanos de la emigración, cómo pensaba S. S., y por que S. S. no vino a la revolución.

Para eso empezaré por rectificar una equivocación que me ha atribuido S. S. Ha dicho que yo había manifestado ayer que hablaba S. S. ahora, o mejor dicho, que hacía yo un cargo a S. S. suponiendo que hablaba ahora mucho contra la actual dinastía, y que no empleó tanto valor para hablar contra la dinastía pasada. No, no dije eso; lo que dije fue que S.S. ahora hablaba mucho, porque no hay peligro en hablar; pero que para hacer ciertas cosas que ofrecían peligro, no tenía S.S. ni la actividad, ni la energía, ni el vigor que manifiesta ahora contra una familia, contra una dinastía, contra unas instituciones, porque ahora es muy fácil ser liberal; y al decir esto y al probar esto, decía yo: yo hubiera deseado que el valor que el Sr. Castelar manifiesta aquí (valor que en último resultado no conduce a nada, porque S. S. con eso no va a realizar ninguna acción heroica, no se va a exponer a ningún peligro), yo decía: bueno sería que el Sr. Castelar hubiera tenido ese valor y esa constancia allá en la emigración, cuando teníamos enfrente una dinastía contra la que era peligroso hablar.

Pero a esto replicaba S. S. " Es que yo no tomé parte en la revolución, no porque desconfiaba de la revolución, sino porque desconfiaba de S. S. y de su partido."

Voy a rectificar y a poner las cosas en su verdadero punto de vista. Yo he conocido republicanos en la emigración; pero he conocido republicanos que eran verdaderamente españoles, que decían: vamos a hacer una revolución radical; con tal que todos los partidos ayuden a destruir lo existente, nos conformaremos con la solución que el país acuerde. Esos eran los republicanos que conocí en la emigración, y entre esos conocí al Sr. Castelar, y entre esos conocí al Sr. Marqués de Albaida. En lo único que el Sr. Marqués de Albaida hacía hincapié era en lo siguiente: " Es que yo, decía, tendré libertad siempre para defender la república por lo menos hasta que el país acuerde la forma de gobierno que tenga por conveniente darse. "

Y tan cierto es esto, Sres. Diputados, que el señor Marqués de Albaida, que fue el que se presentó más intransigente, con la Monarquía, después de hecha la revolución, cuando no había peligro ninguno, vino a España con la planta nueva, desconocida aquí, de la república federal. Cuando el Gobierno se hallaba establecido en el país y cuando todas las Juntas habían desplegado su bandera, y a ninguno se le ocurrió desplegar la bandera de la república federal, el Sr. Orense atravesó los Pirineos y vino S. S. muy tranquilo del extranjero con la bandera de la republica federal. De manera que los republicanos que yo conocí en Paris y los que yo conocí aún antes de la emigración aquí, que entonces ocultamente se decían republicanos, porque se cubrían con el nombre de demócratas; esos siempre habían dicho que respetarían la soberanía nacional, que acatarían la voluntad de la Nación y que se someterían a la solución que la Nación tuviese por conveniente adoptar. (El señor Díaz Quintero: Libremente.) Risum teneatis amici. Pues qué ¿tampoco fueron libres las elecciones de las Cortes Constituyentes?

El Sr. VICEPRESIDENTE (Martín de Herrera): Sr. Díaz Quintero, no permito que nadie discuta sin haber pedido la palabra y sin estar en turno.

El Sr. DÍAZ QUINTERO: Pido la palabra en contra del acta que se discute.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Es decir, Sres. Diputados, que la soberanía nacional, principio en que se funda todo el derecho público en España y en Europa, resulta que es un comodín; porque con decir no ha sido libre la manifestación de la opinión nacional, nadie está obligado a respetar su expresión genuina. Entonces ¿qué es lo que hay respetable?

Ya lo habéis oído, sin embargo; que los republicanos [243] dicen que sí. En efecto, todos antes de la revolución, en la emigración, y antes de la emigración, eran republicanos de esos que acabo de manifestar; republicanos que acataban los acuerdos de la soberanía nacional, pero que ahora se creen dispensados de acatarlos porque la manifestación de la soberanía nacional no ha sido libre. Vosotros queréis la soberanía nacional mientras la soberanía nacional haga lo que os parece a vosotros bueno; pero si a la soberanía no le parece lo que a vosotros bueno, entonces ya rechazáis la soberanía nacional.

Pues bien; estos eran los republicanos que yo conocí en la emigración, Sr. Castelar; y después conocí otros republicanos, que muy valerosos ahora para clamar contra las instituciones que la revolución se ha dado, entonces se cansaron bien pronto de luchar contra la dinastía anterior. Cuando después de un desastre y otro desastre, los hombres verdaderamente liberales, los que lo son siempre, los que quieren conservar la libertad, lo mismo a despecho de la reacción que a despecho de los escándalos de la libertad, esos seguían en sus puestos, trabajando con el mismo ahínco, con el mismo afán, y no desconfiando nunca de que al fin y al cabo el pueblo español cumpliría con su deber y sabría gobernarse a sí mismo. Y en cambio, esos republicanos que tanto aplauden ahora al pueblo, que tanto le ensalzan y le quieren, desconfiaban entonces del pueblo español, hasta el punto de querer huir a vivir en otras tierras, porque no creían al pueblo español digno de su importante residencia. Y los que no vinieron a la revolución, no vinieron, no, porque desconfiaran del partido, no; no vinieron, porque en aquellos momentos creían al pueblo español indigno de hacer en su favor y en su nombre ningun sacrificio: no vinieron, porque tras un desastre y otro desastre en la revolución, dijeron: " Es un pueblo que no merece que se haga sacrificio ninguno, porque no ha de responder jamás: es un pueblo abyecto en cuyo favor todo sacrificio sería sin fruto."

Entonces abandonaron la revolución, y hasta querían abandonar al pueblo español, sin duda creyendo que en otros países, que en más lejanas tierras, harían justicia esos insignes repúblicas, les harían la justicia que aquí les negaban sus compatriotas. Esta es la verdad; nosotros que no adulamos al pueblo; nosotros que le decimos siempre la verdad ahora en el poder, le hacíamos justicia en la desgracia, le hacíamos justicia en la emigración: con el pueblo contamos siempre.

Pero en cambio, cuando un pueblo sin vuestra intervención os ha dejado libertad, esa libertad que decís que no existe, para escribir y para hablar, como no la ha tenido mayor ningun pueblo del mundo. .. (Rumores en la izquierda.) Exáltense S. SS. todo lo que quieran; ya sé yo que no es la libertad que quiere el Sr. Orense, porque la libertad que quiere el Sr. Orense, es la libertad de la Commune de París. Fuera todos los periódicos que hablan contra mí; vengan todos los periódicos que hablen a mi favor. Despotismo y cadenas para vosotros; libertad para mí. Cuando se han encontrado con una libertad que no podían esperar, abusan de ella y hacen creer al pueblo lo que no han creído nunca. Ahora dicen que el pueblo es muy digno, que el pueblo es muy elevado, que el pueblo es muy ilustrado, que el pueblo puede gobernarse por sí solo, y antes de que el pueblo por medio de un empuje poderoso pudiera traernos estas instituciones y arrojar aquella dinastía, a la cual veíais un poco lejos entonces, no era el pueblo digno de vosotros, ni de los esfuerzos de los demás españoles, que por él sacrificaban su vida, sus intereses y su libertad.

Pero ¿qué extraño es, señores, lo que hemos oído hoy y lo que hemos de oír en adelante si no se pone eficaz y justo remedio? Pues qué, ¿por ventura tenemos enfrente a los republicanos, al partido republicano? No: hoy lo ha dicho el Sr. Figueras: los que tenemos delante son los correligionarios políticos y los compañeros de los demagogos de París. (El Sr. Figueras hace signos afirmativos.) Me alegro mucho que S. S. dé señales de asentimiento. Ya no son los compañeros y correligionarios de los republicanos franceses; no son los compañeros y correligionarios de Jules Favre, de Picard, de Simón, no.

Ahí están los compañeros y los correligionarios de los que mandan las turbas de París; de esos extranjeros, algunos de ellos fugados de presidio, que son los que han capitaneado a aquellas gentes para cometer toda clase de atropellos. (Una voz en la izquierda: Eso es calumnioso.) Bueno es para que nos entendamos, bueno es que sepamos que ya no tenemos que habérnoslas con los republicanos. No: ya no tenemos que luchar con los que pueden diferenciarse de nosotros en la forma de gobierno, con los que pueden querer todas las libertades compatibles con el orden, ya bajo la forma monárquica, ya bajo una presidencia. No; los que tenemos enfrente son los demagogos, son los comunistas, son los compañeros de los de París, que se dejan mandar por un general extranjero, acusado de falsario en su país, y por otro que acaba de venir de defender la esclavitud en los Estados-Unidos. Ese es el general que viene a defender las libertades que ahora se van a defender en París.

Y llevan, señores, su ceguedad hasta el punto de dar la razón a los demagogos de París contra el Gobierno de Versalles, compuesto de personas importantes, correligionarios suyos, que han demostrado más amor a la libertad, que han hecho más sacrificios por la república y por la libertad que los demagogos. Y todavía tienen el atrevimiento de decir que los sucesos de París están justificados por las medidas tomadas por la Asamblea de Versalles; cuando es lo cierto que la ley municipal se ha votado mucho después del escándalo, mucho después de la guerra y de las atrocidades que están pasando en París. Y es más: la decisión que ha tomado aquella Asamblea ha dependido muy principalmente, muy esencialmente, de esos atropellos, de esa guerra intestina; porque el Congreso recordará que una gran mayoría desaprobó la ley municipal tal como la presentó el Gobierno; pero que habiéndose levantado el Presidente del Poder ejecutivo a describir la situación del país, y a manifestar que en la situación presente de Francia no bastaban leyes normales, sino que eran necesarias leyes de gran vigor y de gran energía, los Diputados de la Asamblea de Versalles, efectuando con esto un grande acto de abnegación, se revotaron, y dijeron: " ante todo el orden para salvar a la Francia; salvemos a la Francia, que después tendremos tiempo de manifestar nuestras verdaderas opiniones."

Ese es el verdadero patriotismo; y sin embargo, señores Diputados, cuando la Asamblea de Versalles, precisamente a causa del escándalo de París, después de la sublevación de París, toma ese acuerdo; los señores republicanos de España dicen que los excesos de París, que la conducta de los republicanos de París se ha debido a la ley municipal que ha votado la Asamblea de Versalles.

Y hoy, después de esto, ¿podría nadie extrañar nada [244] de lo que aquí ha pasado, ni nada de lo que aquí pase? Yo solo diré una cosa, y es que esa amalgama de la fe política o de la razón filosófica de los unos con la fe religiosa de los otros, me parece una mala amalgama, Sr. Vildósola; porque razón filosófica tienen los republicanos de París; la misma razón filosófica por lo visto, que los republicanos de España; fe religiosa han de tener los sacerdotes de París por lo menos, si no mayor, tan grande como los de España; y ya ven el Sr. Vildósola y los respetables sacerdotes que se sientan en esta Cámara, la armonía que reina entre la razón filosófica de los demagogos de París y la fe católica de sus sacerdotes. Uníos, pues, que pronto hallaréis vuestro merecido.

No es necesario, ni debe hacerse nunca, el argumento que el Sr. Castelar ha hecho al hablar de la digestión que hagan del presupuesto ciertos y determinados señores Diputados, porque si habláramos de esto, también yo podría decir que si hay algunos Sres. Diputados que tienen su sueldo en el presupuesto, que es una cosa pública y notoria, otros Sres. Diputados habrá que cobren sueldo sin saber de qué presupuesto. (Una voz en los bancos de la minoría: ¿Quiénes son?) Esas cosas no se deben decir aquí; los que cobran del presupuesto y los que no cobran del presupuesto están aquí para cumplir con su deber y para representar a su país (El Sr. Rispa y Perpiñá pide la palabra); mucho más, cuando los electores los han mandado a todos sabiendo que cobraban del presupuesto.

Ya ve el Sr. Castelar que no es prudente hacer esas indicaciones, que no sientan bien en ningunos labios, pero que sientan mucho peor en los de S. S., que debe saber el respeto que se merecen todos los Sres. Diputados, funcionarios o no funcionarios, porque todos son iguales ante la Nación, porque todos son iguales en dignidad y en consideraciones.

Se ha escandalizado el Sr. Castelar, y en su escándalo le han acompañado otros Sres. Diputados, de lo que yo dije ayer hablando de la prensa. Se hablaba de que había por delitos de imprenta algunos presos, y yo dije:" pues no me parece que hay bastantes para los delitos que se cometen." Esto ha escandalizado al Sr. Castelar, sea enhorabuena: los señores de la minoría creen que con los escándalos de la prensa, quo con la impunidad de los delitos de la prensa se va a la libertad; yo creo precisamente todo lo contrario; yo creo que se va al desprestigio de la prensa, al desprestigio de la libertad, al desprestigio de las instituciones, y que tras el desprestigio de la prensa, de la libertad y de las instituciones viene necesariamente una reacción, a la cual nos conducirá el país aunque nosotros no queramos.

Como yo veo todos los días artículos de periódicos que no pueden publicarse, que no debían publicarse, y que si se publican, debieran ser castigados, yo, por la libertad de la prensa, por la dignidad de la prensa, que estimo, por lo menos, tanto como su señoría, quisiera que esos delitos que en la prensa se cometen fueran rigurosamente castigados. (El Sr. Orense: No son delitos.) ¿Que no son delitos? Pues si no hay delitos, Sr. Marques de Albaida, debemos cerrar el Código penal. Yo llamo delitos los que el Código penal considera como tales; y como lo mejor para la libertad es que la ley se cumpla por todos, sea buena o mala, si es mala, mientras se hace buena, por eso digo que no se castiga todo lo que debe castigarse. Yo no quiero, en una palabra, y esta es mi teoría respecto de la prensa, yo no quiero, sea buena o sea mala, que la ley deje de cumplirse mientras sea ley; y si el Código penal consigna ciertos delitos que se pueden cometer por la imprenta, y la imprenta comete estos delitos, el no castigarlos no es libertad, es una falta a la ley, y las faltas a la ley son las primeras bases del absolutismo y de las arbitrariedades. (El Sr. Díaz Quintero: El Código es ley. )

Ya sé yo que la libertad para vosotros significa impunidad; ya sé yo hasta dónde llega el respeto vuestro a las leyes; y digo esto porque he oído una interrupción diciéndome que el Código penal no es ley. Pues yo digo que el Código penal es ley, y es ley por el acuerdo de las Cortes Constituyentes, por medio del cual se autoriza a que rija como ley sin perjuicio de su discusión. (El Sr. Díaz Quintero pronuncia algunas palabras que no se oyeron.)

El Sr. VICEPRESIDENTE (Martín de Herrera): Señor Díaz Quintero, tenga V. S. la bondad de guardar silencio hasta que le llegue el turno de hablar.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): ¿Cómo ha regido el Código del año 48? ¿O es que quiere ese señor que me interrumpe que porque no se ha discutido artículo por artículo, no haya Código penal? Es posible que eso es lo que quiera S. S. Mientras no haya otro Código, bueno o malo, me parece que conviene a S. SS., y a la sociedad, que ese Código rija y que nadie le quite fuerza, porque el ciudadano que quita fuerza a la ley, quita fuerza a la libertad. Pero estos señores republicanos federales, compañeros ya de los republicanos de París, entienden las cosas de otra manera; creen que con gritar mucho, que con alborotar mucho, que con proclamar mucha libertad, van al dominio de la libertad, cuando en lugar de esto lo que debían hacer era practicarla con prudencia, practicarla con sensatez, no sea que la falta de prudencia y la falta de sensatez haga que la libertad desaparezca.

Pues bien, yo dije ayer, y repito hoy, que el Código penal, ley del Estado, ley importantísima, ley en cuyo estricto cumplimiento debe tener todo ciudadano el interés más grande, no se cumple con el rigor y con la energía que debe cumplirse. Y ya que el gobierno, respetuoso siempre con los tribunales, no diga ni haga nada que pueda en lo más mínimo perturbarlos ni hacerlos variar en su marcha, me han de permitir que yo desde aquí, en nombre del Gobierno de la Nación, les recomiende que en el aprendizaje políticos que las nuevas instituciones los llaman, desplieguen toda la actividad, toda la energía, todo el rigor que es necesario para que la ley sea una verdad, lo mismo arriba que abajo, y para que los delitos que la imprenta cometa sean inmediata y eficazmente castigados.

iEscandaliza esto! Si a S. SS. les escandalizan estas [245] ideas, lo siento mucho; pero abrigo la creencia y tengo la convicción de que por este camino podremos afianzar la libertad, que ya hemos conquistado, a pesar de S.SS. y que creemos que hemos de afianzar, a pesar también de los desvaríos de S.SS.

No quiero hablar de las intenciones que me ha supuesto un Sr. Diputado, creyendo que yo me había hecho la ilusión de que al venir de la emigración al poder, todos al verme se habían de quitar las casacas y las habían de echar por el suelo para que yo pasara sobre ellas. No es seguramente buena manera de recibir a uno que está en el poder, el presentarse en mangas de camisa; pero como comprendo el pensamiento, debo decir a ese Sr. Diputado, que jamás se me ha pasado por las mientes semejante cosa. Soy un hombre modesto en mi manera de ser, en mi manera de vivir, modesto en todo, y por consiguiente, no he tenido nunca esas pretensiones, con las que no se aviene mi carácter. Yo he venido al poder por un deber, y más le diré a S. S., dado mi modo de ser, haciendo un sacrificio. Por un deber y haciendo un sacrificio vine a este sitio, y estoy dispuesto a permanecer en él, cumpliendo con un deber y haciendo un sacrificio de igual modo. Es un deber que pueden imponer a los hombres muchas veces las circunstancias, que pueden. aconsejarle muchas veces los partidos, puesto que para eso está uno afiliado a los partidos, para hacer lo que a los partidos conviene; sobre todo cuando lo que a los partidos conviene, es también conveniente para el país; y de la misma manera que un partido puede aconsejar a un hombre que suba al poder, puede también obligarle a cometer ciertos actos que le lleven a la emigración o al suplicio.

El mismo impulso que me llevó a la emigración condenado a muerte, es el que me ha traído aquí. El cumplimiento de un deber, y nada más que el cumplimiento de un deber. Pero el cumplir este deber, ¿cree S. S. que va a variar mi naturaleza, que va a modificarse mi carácter porque esté aquí, en vez de estar en la emigración?¿Cómo se conoce que S. S. no me ha tratado con la confianza y la amistad con que se tratan los hombres que se quieren y se estiman! Pero todos los que me han conocido antes de la emigración, en la emigración y después de la emigración, saben que yo no he cambiado en nada absolutamente, que soy en el poder lo mismo que era en la emigración, absolutamente lo mismo. Modesto profesor antes de la emigración, no he dejado de ser tan modesto, teniendo en el poder las mismas amistades, las mismas relaciones, el mismo modo de vivir exactamente que tenía antes de la emigración y que conservé en la emigración. Ya ve, pues, S. S. cuan equivocado está. Y eso sin duda consista en que S. S. me juzga a mí por lo que S. S. haría si se encontrara en mi caso, porque yo no me atrevo a decir cosas que yo no sea capaz de hacer, encontrándome en el caso del que censuro. Yo soy un hombre modesto, soy un hombre del pueblo, y en el poder y fuera del poder, en el pueblo vivo, en medio de mis amigos, y siempre con toda la modestia de mi vida.

El Sr. Castelar en su discurso de ayer decía: que baje el Sr. Sagasta un poco de las cumbres del poder, que se mezcle con el pueblo, para que vea la diferencia que hay de entonces a ahora, y cómo se aprecian sus actos.

Pues, Sr. Castelar, eso es lo que hago todos los días; estoy bajando constantemente, o por mejor decir, no necesito bajar, porque nunca he subido, nunca me he separado del pueblo. En el pueblo estoy, con el pueblo vive, y tengo la satisfacción de decir a S. S. que los mismos del pueblo que tenían confianza en mí antes de la emigración y antes de la revolución, esos mismos son los que la tienen hoy: yo no he perdido la confianza de mis amigos, porque saben que he hecho todo lo que me ha sido posible hacer en bien de la libertad, en bien de la Patria; porque saben que lo he hecho siguiendo el camino verdadero, siguiendo la senda que no pueden menos de seguir aquí los que quieran la prosperidad de su Patria y la verdadera libertad, que es separándome, lo mismo de las exageraciones de abajo, que de las exageraciones de arriba.

Hace tiempo, era yo presidente de un comité electoral de Madrid. Ese presidente del comité electoral reunió a los individuos que componían el comité electoral, y después de haberse acordado que se convocara a una junta general antes de que se verificaran las elecciones, esa junta, presidida por el presidente de ese comité, proclamó un candidato, y ese candidato fue Don Pedro Calvo Asensio. Vino la lucha electoral; los electores progresistas de aquel distrito acudieron a las urnas, y salió triunfante D. Pedro Calvo Asensio.

Y para que vea S. S. qué errado anda en las apreciaciones que ha hecho respecto de mí, le diré que ese mismo comité, convocado por la misma persona, por el mismo presidente, siendo ese presidente el actual Ministro de la Gobernación (porque entonces no era Ministro de la Gobernación, sino que era un ingeniero modesto y un modesto profesor).; ese mismo comité, compuesto de las mismas personas, ha designado candidato en junta general, convocada por el comité y con asistencia de las mismas personas; y aquel comité que presidido por el actual Ministro de la Gobernación proclamó a D. Pedro Calvo Asensio, ese mismo comité, compuesto de las mismas personas, fuera de las pérdidas lamentables que ha traído la muerte, proclamó candidato suyo al actual Ministro de la Gobernación. Ya ve S. S. cómo yo no tengo que bajar desde las cumbres del poder hasta el pueblo, sino que yo soy del pueblo y no he salido nunca del pueblo.

Y prescindiendo ya, señores, de las cuestiones a que ha dado lugar el acta de Balaguer, sobre la cual hemos dicho todo lo que conviene decir, porque la verdad es que no se han citado acerca de ella hechos concretos; prescindiendo de que ya he demostrado que si ha habido violencias, escándalos y horrores, esos horrores, esos escándalos y esas violencias se deben a los partidos extremos; después de haber visto que la fuerza que han dado al Gobierno no es debida a nada extraordinario, no es debida a las coacciones y arbitrariedades de otros tiempos; prescindiendo de todo eso, voy a demostrar al Congreso que el Gobierno ha conseguido un triunfo mayor que el que ha conseguido ningun otro Gobierno en ninguna lucha electoral.

Aquí tengo la estadística que deseaban también conocer algunos Diputados, y en especial el Sr. Jove y Hevia, que si no estoy equivocado, la echaba de menos; aquí tengo la estadística electoral que algunos creían que daría un resultado terrible para el Gobierno, suponiendo que el Gobierno había ganado todas las batallas y perdido la campaña; porque, aunque había conseguido traer aquí Diputados bastantes para tener mayoría, representaban menos número de votos relativamente a la fuerza de las oposiciones. Pues no es así, y voy a destruir esta última ilusión de los Diputados que esto creían. Han tomado parte en la elección 2.700.000 electores. No están todavía completos los datos; pero con diferencia de 70 a 80.000 votos más o menos, son seguros [246] los datos. Han votado a los candidatos republicanos, incluyendo en esta cifra, no sólo a los que han dado su voto a los candidatos triunfantes, sino a los que han quedado derrotados, 350.000. Han tornado parte votando a los carlistas, 450.000. Han votado a los candidatos monárquicos, 1.900.000. Pues bien: de estos votos dados a los candidatos monárquicos, como quiero hacer una estadística perfectamente imparcial, separo yo 200.000 votos, poco más o menos, más bien menos que más, que han votado candidatos moderados y candidatos que, aunque monárquicos también, no están completamente identificados con la situación, que no son, en fin, candidatos ministeriales.

Resulta, pues, que descontando los votes de los electores que han elegido Diputados de esas dos fracciones aparecen con 1.700 .000 votos los candidatos ministeriales, ya que se ha dado en llamar así a los que en la situación actual juzgan que el Gobierno ha obrado de un modo correspondiente, y que por lo tanto le debían su apoyo.

Republicanos, carlistas, los de unas ideas y los de otras, porque todos estáis bien unidos; carlistas, republicanos, moderados, etc., etc., etc., sólo han obtenido, en números redondos, más bien menos que más, un millón: diferencia, 700.000. Esta es la estadística relativamente al Ministerio.

Pero vamos a ver la estadística bajo todos los puntos de vista. ¿Es que consideramos las elecciones pasadas como una lucha entre la Monarquía y la república? ¿Es que consideramos las elecciones pasadas como un plebiscito que iba a determinar cuántos eran los republicanos de este país y cuántos los monárquicos? Pues aprended, republicanos, que creéis que la España es republicana; aprended los datos que arroja la estadística. La Monarquía ha tenido 2.350.000 electores; la república 350.000: por consiguiente, la relación que hay entre la república y la Monarquía es la de 1 a 8. (El Sr. Orense: Mandando, los monárquicos.-Risas generales.) El Sr. Orense, que pedía datos y que creía que esos datos iban a dar el triunfo a la república en contra de la Monarquía, ahora que ve que dan el triunfo a la Monarquía en contra de la república con una extraordinaria diferencia, ya no le gustan los datos, y dice:" Ya, pero el plebiscito da ese resultado porque mandan los monárquicos," lo cual quiere decir que en concepto de S. S. daría otro resultado si mandasen los republicanos. Entonces hemos acabado con el plebiscito. ¡Vaya una defensa que hace S. S. de sus propias ideas y de sus propias aspiraciones! Pues ¿cómo quiere S. S. que se hagan estas cosas? Voy a dar gusto al Sr. Marqués de Albaida, a pesar de la poco buena voluntad que me manifiesta: me tenía algo incomodado S. S. por las frases, parecidas a un exabrupto, con que ha terminado su discurso; pero me olvido, de todo y quiero dar gusto a su señoría. Es decir, que por de pronto tenemos un plebiscito, que así lo han considerado S. SS., que arroja entre la Monarquía y la república una proporción de 8 por 1.

Pero dice S. S.:" Es que el plebiscito se ha hecho por un Gobierno monárquico, y a mí eso no me satisface, porque si el plebiscito se hubiera hecho por un Gobierno republicano, el resultado habría sido distinto." Luego el plebiscito no sirve para nada. Pues entonces lo que hay que hacer es lo siguiente. Gobierno no puede menos de haber, porque como los republicanos, a pesar de que son buenos, son un poco apasionados, y cuando no las ganan buenamente, quieren ganarlas por la fuerza, es menester que haya alguien que defienda el derecho de todos. Bueno, ha de haber Gobierno. ¿Me admitirá S. S. que hay Gobierno? (El Sr. Orense: No, no hay Gobierno ahora.) ¿No le hay, Sr. Orense? Pues entonces el plebiscito tiene todo su valor. Pues bien, resulta, porque pesar de lo que dice S. S., y de que podría aprovecharme de esta ventaja, yo creo que hay Gobierno; pero para dar gusto a S. S. será menester hacer lo siguiente.

Vamos a votar por medio de un plebiscito si la forma de gobierno de este país será la monárquica o la republicana. Un Gobierno monárquico preside las elecciones, y hechas las elecciones, resulta que el plebiscito es favorable a la Monarquía: mas como si el Gobierno republicano hubiera presidido las elecciones el resultado habría sido propicio a la república, se suspenden los efectos del plebiscito y se cambia el Gobierno monárquico por uno republicano, y se vuelve al plebiscito; pero como, según S. S., el plebiscito dará resultado para la Monarquía o lo dará para la república según que el Gobierno sea monárquico o republicano, sería necesario ver los dos resultados y tomar el término medio. iEs un bonito medio! Por consiguiente, puesto que sus señorías han visto el resultado, súfranlo con resignación y condúzcanse como se conducen siempre, y como yo espero que al fin y al cabo se conducirán S. SS., como buenos españoles, respetando lo que la Nación acuerde.

Llego a otra estadística, porque he hecho la estadística bajo todos los puntos de vista, porque he querido dar gusto a todos y a todas las fracciones. La Monarquía constitucional en relación con la Monarquía absoluta. Monarquía constitucional, 1.900.000 electores: Monarquía absoluta, 450.000: relación entre la Monarquía absoluta y la Monarquía constitucional, 1 a 5. Es decir, que en España, por de pronto, hay más carlistas que republicanos.

Otro punto de vista de la estadística electoral: no dirán S. SS., que, a pesar de lo que dicen contra la libertad (yo creo que lo dicen inconscientemente, yo creo que lo dicen con buena intención), yo no los trato con consideración: yo llamo a los republicanos federales, liberales. Pues bien; relación entre los liberales y los absolutistas Liberales, 2.250.000: absolutistas, 450.000: relación entre los absolutistas y los liberales españoles, 1 por 6.

Pues bien, Sres. Diputados, vosotros que creíais que las elecciones habían dado un resultado tan desastroso para la situación y para el Gobierno, considerad cuál es la proporción en que ha quedado cualquiera de las oposiciones relativamente a la situación actual. Considerad la situación frente a la república, y la república está en una minoría insignificante en el país. Considerad la situación frente a los carlistas, y el carlismo está en una minoría pequeña relativamente a la situación. Considerad la situación frente a los moderados, y respecto de la situación están los moderados en una minoría, yo siento decirlo, tan pequeña, que pudiera pasar por muy corta. Y agregando, si queréis, los despechados y los descontentos, vienen a quedar las oposiciones en una gran minoría con respecto a la situación. Porque aquí se ha dado una gran importancia a la minoría que ha venido. Ya se ve, en este país estábamos acostumbrados a ver Congresos unánimes, y se decía:" cuando viene una oposición de 100 Diputados, no se puede gobernar." Pues al contrario, cuando no es posible gobernar es cuando vienen Congresos unánimes. Y ¿sabéis por qué esa diferencia? ¿Sabéis por qué antes había Congresos [247] casi unánimes y hoy contamos con una minoría tan robusta y tan fuerte? Porque hemos entrado en el verdadero camino de la libertad; porque eso es lo que sucede en todos los países en que hay verdadera libertad. De consiguiente, no hay que extrañarlo: la minoría es la que debía ser, dadas las condiciones en que nos encontramos, y dada la actitud en que se han colocado ciertos partidos; pero no es una minoría que debe asustarnos. Al contrario, yo la veo con mucho gusto, y yo espero mucho de un Congreso donde hay una minoría tan fuerte y prepotente. Lo que importa es que la minoría sea lo que debe ser; que antes que hombres de partido, sean españoles.

Por lo demás, ¿qué nos puede importar que la minoría reúna 100 votos con una mayoría de 200? ¿Todavía nos sobran 100 votos. ¿Sabéis cómo se gobierna en Bélgica? ¿Sabéis cómo se gobierna en Inglaterra? Con dos votos de diferencia nada más, entre la minoría y la mayoría.

Por consiguiente, bueno es que hayamos entrado en esta discusión, que hayamos examinado las elecciones bajo todos sus puntos de vista, que hayamos visto el resultado que han dado, porque de esta manera abreviaremos también la discusión de actas, que en último resultado, las que faltan, fuera de algunas que no puede menos de haberlas, con cierta gravedad, pero que será cuestión de los candidatos que han luchado, no tienen importancia alguna, y lo prueba bien el que a estas horas vayan aprobadas 204 actas, en las cuales se ha hablado mucho de si los soldados tenían o no tenían la edad; se ha hablado mucho de que los soldados ponían su fusil al pecho de algunos electores; se ha hablado mucho de violencias, de arbitrariedades, de atropellos; pero yo no he visto nada de eso, ni lo han visto los señores que lo dicen; porque después, si se pregunta a esos señores si ha habido algo de eso en el distrito donde se han presentado candidatos, si se ha hecho allí algo por parte de la autoridad, todos responden que no, y confesando uno por uno a los Diputados elegidos, todos tienen que confesar que la autoridad no ha tenido participación alguna en las elecciones; que han podido llevar a cabo los trabajos electorales, sin que por parte del Gobierno hayan tenido obstáculo alguno.

Señores Diputados, voy a concluir. Ya habéis visto el resultado, ya veis también la constitución de la Cámara: en último resultado, de la mayoría depende su prestigio. Yo puedo decir que la mayoría de esta Asamblea, con este Ministerio o con otro Ministerio, que no tiene nada que ver el Ministerio con la mayoría, y la prueba está en la discusión de actas, pues habiendo una comisión nombrada, el Gobierno no ha tenido con esa comisión la más ligera relación, porque el Ministerio actual mira las cosas bajo un punto de vista más elevado. La mayoría actual, repito, tiene una altísima misión, una misión de paz.

La mayoría puede afirmar la paz en este país; puede evitar que la guerra estalle; y puede evitar que la guerra estalle, porque si un día, no dejándose guiar de los impulsos del patriotismo y cediendo en cuestiones siempre pequeñas de personas, pudiera producirse una escisión que diera el triunfo a las oposiciones, el triunfo de las oposiciones, como dije ayer, sería el caos, y tras el caos la guerra.

Esto no tengo yo que decirlo; lo decía el Sr. Figueras, dirigiéndose a su compañero, en estas circunstancias, el Sr. Nocedal:" Estamos unidos para destruir; pero así que destruyamos, nos arremeteremos unos a otros para ver quién manda aquí, si la luz o el caos: la guerra entre los dos, así que venzamos." Dejadlos, pues, destruir, y tendremos la guerra civil. La mayoría tiene la misión de sostener la paz, misión la más grande, la más noble, la más benéfica que ha tenido nunca mayoría alguna.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Voy simplemente a refrescar la memoria del Sr. Marqués de Albaida para que prescinda de esa equivocación en que ha incurrido aquí; pues cuando S. S. ha dicho una cosa, es porque S. S. la siente; sino, no la hubiera dicho: hablo, señores, del plebiscito.

Nunca admitimos el plebiscito, nunca se admitió semejante cosa; pero cuando vinimos a España ya la revolución triunfante quiso el plebiscito. ¿Y saben los Sres. Diputados quienes se opusieron a eso? Los republicanos; que dijeron que no querían plebiscito, sino Cortes Constituyentes. Pero como luego las Cortes Constituyentes les han dado mal resultado, dicen plebiscito, y quieren ahora el plebiscite. Si se hubiera adoptado el plebiscito, como era nuestro deseo, en los primeros momentos, hubieran dicho que ellos querían Constituyentes.

Dicen siempre lo que les conviene, cuando les es contrario el resultado de lo que se hace. Pero, en fin, conste que los únicos que en España se opusieron al plebiscito fueron los republicanos, que se declararon al principio por las Cortes Constituyentes, y algún discurso [249] debe andar por ahí en que eso consta. (El Sr. Figueras: Sí señor, es verdad.) Pues si es verdad, me basta. (El Sr. Figueras: Pero lo he de explicar.) Pero conste que si no fuimos al plebiscito fue porque quisieron los republicanos las Cortes Constituyentes; y como con el instrumento que ellos eligieron han quedado mal, como el resultado no ha sido bueno para ellos, ahora dicen que quisieron plebiscito y no Cortes Constituyentes.

Pues todavía más: vienen estas elecciones y dicen los republicanos: vamos a considerar estas elecciones como un plebiscito, vamos a aliarnos con todos los demás partidos; todos los que quieran ayudarnos tendrán de nuestra parte como en reciprocidad nuestra ayuda, considerando estas elecciones como un plebiscito (que el Gobierno jamás les ha dado este carácter, ni podía dársele); el resultado no les es favorable; pues también reniegan del plebiscito, y dicen: el plebiscito no es bueno, porque no ha habido libertad; como reniegan de las Cortes Constituyentes porque dicen que las Cortes Constituyentes no eran buenas, porque debía ser plebiscite, cuando los republicanos querían Cortes Constituyentes y no plebiscito.

Conste que en la emigración no se acordó más que destruir lo existente y llamar a la Nación para que se constituyera como lo tuviese por conveniente; ni más ni menos; y luego últimamente que la manera de llamar a la Nación fuese por el sufragio universal y Cortes Constituyentes: éste fue el último acuerdo que se tomó, y ese acuerdo también se tomó en la fragata Zaragoza donde había algún republicano, y luego fue también este acuerdo el que tomaron todas las juntas en las cuales había algunos republicanos, y algunas de ellas eran completamente republicanas; no hubo Junta que proclamara otra cosa.

Por consiguiente, resulta que en todos los terrenos estáis vencidos; resulta que estáis en minoría. Resignaos, pues, con vuestra situación, y no andéis jugando con Cortes Constituyentes y con plebiscito; hemos hecho lo que habéis querido, y con lo que habéis querido, habéis quedado en minoría.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): En primer lugar, no he hablado de la minoría republicana; hablaba de los republicanos en general. Y en segundo lugar, no tiene nada de particular, ni de deshonroso para nadie, que haya algún Diputado que sin cobrar del presupuesto del Estado, cobre del presupuesto de otra clase. Diputado ha habido que ha tenido dietas de amigos o de otros electores; por consiguiente, no había para qué tomarla por ese lado, porque entonces pudiéramos decir aquello de..... Pero no lo quiero decir.



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